viernes, 7 de mayo de 2010

SER ESPOSOS

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Mi mujer es toda pureza. Mi marido me adivina. Tanto regocijo, desde el mismísimo instante, que accedió al cálido nido, lleno de vida, sublime, plena la amorosa acogida. Presurosa acudió al médico, doctor, me embaracé, y cuándo tuvo su última regla, hace unas tres semanas, bueno, creo que sería mejor vuelva en dos, pero, doctor, la ciencia por ahora no puede considerar tal diagnóstico. Se fue tranquila, vivió la bendición de su vientre, la guardó en silenciosa dicha.
Misterio es, cuándo precisamente, inicia la vida del hombre. Moleón decía: el ser concebido es como ya nacido, con él aprendí cosas, entre otras, a estar en desacuerdo, y qué triste, cuando recuerdo que, sólo Enrique y yo, asistíamos a sus clases, igual, se enconaban los temas. La ciencia habla de embarazo a partir de la anidación. Parece que de cada 180 fertilizaciones sólo una tiene éxito. Oponiendo fe al misterio permaneceremos en paz. El embrión no será viable, si no se da la anidación, aferrarse a la rarísima excepción del embarazo abdominal es ir por la tangente para caer en el absurdo.
Ella aguardó las dos semanas, ya no fue al médico. Su marido le notaba una inusual sonrisa, una inusual mirada, sereno se preguntaba, qué será, sentía gratitud interior. La estrechó, confiado, nada preguntó, ella reposó su oído derecho sobre el lado izquierdo de su pecho: se sintió cobijada, en la serenidad del compás de los vigorosos latidos. Nos ha dado un hijo! Fundidos en la Gracia, sin decir palabra, vivieron el amor de Dios.
Angélica era una niña de sonrisa permanente, no conoció la contrariedad, jugaba a sus anchas, acudía presurosa al llamado de su madre, cumplía complacida con su natural caridad, tareas y encargos. Vivía la serenidad de la aceptación incondicional. No temía expresarse porque se sentía escuchada, y cuando la cargaban qué calidez sentía. No soportaba la impaciencia en sus primeros pasos, y disfrutaba del aliento y el encomio ante sus logros. Recibía correcciones, no conoció la crítica, ni menos el desmedro por la natural torpeza. Cuando su padre volvía, le saltaba a los brazos, se sentaba en su regazo, qué comodidad, qué serenidad, qué seguridad, ante su total confianza.
Alberto era un niño inquieto, caminó antes de cumplir el año, ni abandonó la ternura de la lactancia, ya se le notó profundidad en la mirada. Corría, caía, se levantaba, seguía corriendo, no lloraba. Mostró su porfía antes de su primera palabra, su intransigente porfía, por vivir. Hasta a veces, se hacía difícil contenerlo. Mezcló la docilidad con la inquietud, y muy temprano, solo se arregló. Hábil para los deportes, donde se topó con las injusticias de otros chicos, los perdonó, el juego continuó. Llegaba cansado y radiante, comía con tanto gusto, nada sentía cuando dormía, profundamente.
Se conocieron en la escuela, él ya con menos inquietud, su mirada cada vez más profunda. Disfrutaron de la compañía, del compartir, notaron que se complementaban, y como en casa, juntos se ayudaron a andar. La miraba cual ángel, lo miraba cual príncipe. Inició la alegría, nunca se tocaron, mucho se buscaron en serena espera. Diligentes en acompañarse en el estudio, hubo tristezas, pero no duraban, recobraban naturalmente la alegría. Preguntó su mamá a Angélica de la relación, somos buenos compañeros, dijo, a su lado da gusto, escuchó sus invitaciones, en el natural cuidado.
Nació el binomio, sin que ninguno se perdiera, se conocieron íntimamente, en comunicación profunda, en entrega incondicional. El ya había dejado la inquietud, ya vivía, se enriquecía, día a día, enriquecimiento compartido, ella maduró la sublimidad de su corazón. Jóvenes, forjaron su nuevo hogar, hecho para ambos, ellos lo hicieron, y sintieron estar hechos el uno para el otro.
Cuando él salía, serena aguardaba, aún cuando se demoraba, no había día que sin sonrisa lo recibiera, le daba el calor que imponía. Vinieron tiempos difíciles, juntos se enfrentaron, nunca permitieron la adversidad les divida, el binomio se hizo fuerte, inquebrantable.
Cuando el hablaba, ella lo escuchaba, en silencio, mirándole a los ojos, cosas no entendía, luego igual decía, todo irá bien. Si alguno se notaba cansado, se acercaban, un vaso de agua, gracias, se daban las gracias, y cada día, le daban las gracias al Señor, por el amor que vivían, por mostrarles el camino, el sentido del camino, el camino juntos, que no fue fácil, mas, nunca se distanciaron, impusieron respeto a las discrepancias, nunca se injuriaron, se dispensaron con benevolencia, el corazón se fortaleció.
Viviendo la verdad vivieron la serena sumisión, él cada día más justo, nunca cesó el flujo de la confianza. Cuando uno lloraba, el otro no perdía la calma, lo acompañaba, en silencio, dándole, solamente, vida.
El binomio maduró, se consolidó sobre su profunda entrega amorosa. Conocieron vicisitudes, sin quebranto, y nació el crecer juntos, súplica diaria a su Señor, que acogió, también, su ocasional dolor. La repuesta generosa no se hizo esperar, pudieron encontrarlo en el vértice de las inagotables gracias esponsales, la dicha y la felicidad existenciales.
En éste marco fue concebido, Ángel Alberto, aún no podía hablar, ya vivía la gracia de provenir de ESPOSOS SANTOS.

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